El ORO viene gustosamente y en cantidades crecientes a cualquier hombre que separa no menos de una décima parte de sus ganancias para crear un patrimonio para su futuro y el de su familia.
El ORO trabaja diligentemente y complacientemente para el sabio poseedor que le encuentra un uso rentable, multiplicándose como los rebaños del campo.
El ORO se adhiere a la protección del poseedor precavido quien lo invierte bajo el consejo de hombres sabios en su manejo.
El ORO huye del hombre que lo invierte en negocios o propósitos que no le son familiares o que no son aprobados por aquellos hábiles en su conservación.
El ORO huye del hombre que lo fuerza en ganancias imposibles o que sigue el seductor consejo de embaucadores y estafadores o que se fía de su propia inexperiencia y de sus románticos deseos de inversión.