Me he detenido varias veces para reflexionar acerca de la existencia de el ángel de la guarda que cada uno tenemos.
Casi siempre el motivo de pensamiento ocurre después de algún suceso donde mi vida, me parece, estuvo en peligro. Han sido varios sucesos en el transcurso de mi existencia, hasta hoy.
La ocasión que hoy recuerdo sucedió en un viaje de vacaciones al puerto de Acapulco. Había cumplido 13 años . La familia numerosa se divertía en la playa y de pronto me ví metido dentro de una cámara de camión, a manera de salvavidas. La edad se presta para hacer cosas intrépidas, donde la cordura, por sí sola, no es apetecible en esos momentos de euforia colectiva.
Intrepidez vestida de estupidez, o viceversa, ya que yo no sabía nadar. La ignorancia y el arrojo ganan al niño-joven, cuyo padre tiene por sensato y precavido, además de la instrucción de cuidar de sus hermanos menores. Pero el primogénito, desea vehementemente sentir que domina al mar, o mejor dicho, que el océano, que ha sido su increíble sueño mágico desde que supo que existía, cuando en la década de los sesenta, vio por televisión la serie de un delfín llamado Flipper. Imaginaba que podría acariciarlo, jugar con él y ser su huésped distinguido durante algunos minutos … u horas.
Me metí poco a poco, caminando sobre la arena, sintiendo como iba perdiendo piso, la sensación es intensa, desconocida y deliciosa, … hasta que la ola choca con el hule y me zangolotea, dotándome, de paso, de un enorme trago de agua salada. Me provocó un violento acceso de tos ya que el agua entró también por la nariz. Empecé a mover los brazos, tratando de regresar a donde mis pies tocaran arena nuevamente. Tomé unos minutos para recuperarme, asimilar la experiencia y ver si alguien me vigilaba. Nada, todos seguían en su propia diversión, ninguno con ocurrencias como la mía.
Observé que un padre llevaba a su hija en la orilla de la playa usando un salvavidas pequeño, pero noté que lo usaba de forma más descansada, es decir, sentada dentro de la llanta, lo que le permitía, avanzar muy cómodamente, tocando el agua con los brazos y con los pies. Así que decidí imitarla. Me coloqué a la orilla de la playa, me senté dentro de la llanta y … de pronto ya estaba yo, balanceándome cómodamente y con los brazos me impulsaba cada vez más hacia dentro del mar.
El disfrute no tenía parangón, era una delicia sentir el agua, sol , aire y … el inmenso paisaje del océano, además de la increíble sensación de libertad e independencia. Me creía seguro de tener el control de la situación absolutamente. Pero, quizás una brazada mía de más o tal vez una corriente marina o el vaivén de las olas, en un momento de mi éxtasis, me sacó de mi zona de paradisiaco confort.
En las condiciones de ensueño inéditas en mi vida que describo, es fácil perder la noción del tiempo. Lo cierto es que la piel ya me ardía ligeramente, así, como la postura empezaba a cansarme. El contacto con el hule en los brazos y axilas, así como en la parte interior de los muslos, me incomodaba seguramente por la irritación. Decidí que mi gratísima experiencia debía tener una pausa; pensaba en beber un refresco o comer algo de las viandas que mis tías llevaban. Así que inicié el remo con mis brazos hacia la playa. Sólo que advertí con sorpresa que mis movimientos tenían un resultado totalmente inverso a mis deseos. Cada vez veía yo más pequeñas a las personas, me estaba alejando de la playa. La ansiedad hizo que mis movimientos repentinamente fueran más desesperados … al ver que no lograba avance alguno, empecé a gritar a mi padre.
Todo era inútil, mis esfuerzos físicos y vocales no daban resultados. En un momento dado, quizás por la angustia o por el dolor físico de la rozadura de la piel, hice un movimiento brusco que me colocó con las piernas dentro de la llanta, por lo que mi cuerpo ahora era sostenido solo por mis brazos y axilas, que cada vez me ardían más. El pánico apareció en mi vida como nunca antes. Ahora las personas eran más diminutas, solo unos puntos en el horizonte playero.
Fueron minutos que parecieron horas. Estaba abatido. Recuerdo que pensé en mi madre, quien no viajaba con nosotros. Recordé sus palabras de preocupación, con las que me pedía cuidarme y cuidar de mis hermanos. Su bendición no faltó. Estoy cierto que esa remembranza, en los momentos de aflicción, fue el grito que mi ángel escuchó. Inopinadamente algo chocó conmigo por la espalda. Era una bella joven, muy joven, quizás de mi edad. Me preguntó si deseaba ayuda. Por mi semblante y circunstancia, creo me entendió. Mi sorpresa fue mayúscula y de gran felicidad.
Ella empezó a remolcarme, sin esperar respuesta de mi parte. “aguanta, falta poco, aguanta…” Me envolvió una sensación de alegría, consuelo y también de vergüenza ante esta, casi niña, por mi falta de sensatez. Pero no salió de mi boca nada inteligente, solo un GRACIAS inmenso en mi sentimiento, pero seguramente casi audible para ella. Tan pronto tocamos arena , sin decir nada, desapareció de mi vista.
Me derrumbé exhausto, nadie me preguntó y a nadie conté lo sucedido. Sufría un choque nervioso, una conmoción profunda que logré disimular y que me marcó para siempre. Estaba perturbado. Procesaba en mi conciencia la situación de muerte tan grave por la que había pasado. Hoy pienso que debí seguirla, preguntarle de dónde había salido, por qué nadaba tan lejos de la playa, decirle lo que me había sucedido, agradecerle y volver a agradecerle, pedir su nombre, saber de ella. Pero, no, no era mi carácter, yo más bien era tímido, y mi pensamiento sólo llegó hasta el muro de la vergüenza donde me estremecía, pensar en las consecuencias que pudo tener mi temeraria aventura y quizás empecé a entender la fragilidad de la vida.
Regresé al lugar esos días y otros años, la busqué entre los salvavidas de la playa sin éxito, todos eran hombres y por su edad sería muy difícil que formara parte de ese grupo. Aunque sólo la vi por muy breves momentos, sé que existió y que no tengo forma, ni remotamente, de buscarla, encontrarla y hablar con ella, retribuirle de alguna forma y decirle lo significativo que fue para mi, en toda mi vida, ese encuentro milagroso. Aunque no logro recordar sus facciones precisas, estoy seguro de su belleza, y no me cansaré de agradecer su intervención. Entiendo muy bien, que la mejor forma de agradecerle, es a través de la oración, el mensaje le llega nítido, como debe ser. También comprendo que debo “pagar” este favor, ayudando a mi prójimo de cualquier forma. Quizás ya pagué algo, pero nunca suficientemente. Pero lo volveré a hacer incondicionalmente.
Si fue mi ángel de la guarda o si fue enviada por él, mi eterno agradecimiento y todas las bendiciones para ti : Ángel Guardián.