Las palabras que decimos pueden llevarnos a tener dicha en la vida o meternos en grandes problemas. Pero además, afectan enormemente a nuestro estado emocional, condicionando nuestra mente a ser o sentir de una manera determinada. Por eso, si deseamos una vida próspera, es preciso que comencemos a modificar nuestro lenguaje.
Un experimento muy sencillo, realizado infinidad de veces para comprobar dicho poder, consta en elegir dos plantas del jardín. A una, se la bendice a diario, se le demuestra afecto y gratitud por las nuevas hojas que va brindando.
A la otra, o simplemente se la ignora o se le reprocha su deterioro cotidiano.
Es increíble poder comprobar, como una planta, es presa de las palabras que pronunciamos. Evidentemente, el resultado es que la primera planta, crece fuerte y sana, mientras que la segunda, va perdiendo fuerzas y energías.
Imaginemos ahora (solo imaginemos), que realizamos dicho experimento con dos personas, dos amigos, dos hijos, dos primos o dos hermanos. Las palabras que pronunciamos, pueden afectar enormemente sus conductas y su desarrollo emocional.
¿Y si imaginamos que las palabras que le diríamos a la segunda planta del experimento, nos las decimos a nosotros mismos? Nuestro desarrollo mental, emocional y nuestra propia vida, estaría en declive. Bueno, eso es lo que hacen a diario la mayoría de las personas. Los reproches, las críticas, las represiones, el desamor, la severa autoridad y los castigos, tienen un efecto similar en una planta, en las personas de nuestro entorno y en nosotros mismos.
¿El huevo o la gallina?
El dilema de si se originó primero el huevo o la gallina, resulta muy apropiado para compararlo con las palabras y las emociones. ¿Nuestras emociones modifican las palabras que pronunciamos o nuestras palabras modifican las emociones? La respuesta es que en ambos casos, el cambio se genera en conjunto, porque palabras y emociones van de la mano, si se trata de decir lo que sentimos o de decir lo que no sentimos, para modificar gradualmente nuestras emociones. Es decir, que si nos sentimos felices, nuestras palabras, en la mayoría de los casos, emanarán felicidad. Y si no nos sentimos felices, pero intentamos generar un cambio pronunciando palabras positivas, de aliento y fortaleza, seguramente lograremos sentirnos felices más tarde.
Por donde empezar
Las personas cuyas palabras cotidianas son de infelicidad, de rencor, de miedo o de frustración, deberán comenzar a modificar su vocabulario y sus emociones paralelamente.
Para modificar las oraciones negativas que pronuncian frecuentemente, deberán comenzar por prestar atención a las palabras que dicen. Y cada vez que las detecten, deberán detenerse y modificarlas por una oración contraria y positiva. Si por ejemplo nos descubrimos diciendo: “Yo no puedo hacer esto, es demasiado para mi”. Debemos cambiar esa oración por: “Si otras personas pudieron hacerlo, yo también podré”.
En cuanto a la modificación de nuestras emociones, es un poco más complejo. Debemos meditar a diario, rescatar los aspectos positivos de toda nuestra vida, recordar momentos felices (sin hacer de nuestro pasado un presente) e intentar sonreírle a todo aquello que se nos presente en la vida. Porque de cada situación podremos rescatar algo bueno. Porque nuestra vida, es igual a la vida de una planta, que necesitamos regar, cuidar, contener, ayudar y brindar cariño a diario. Y además ya tenemos una herramienta muy poderosa en nuestras manos: El Poder de la Palabra.